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Oct 15

Lo que el pecado nos hace

(Extracto del libro Instrumentos en las manos de Dios de Paul David Tripp, págs. 13-17)

El pecado es la peor “enfermedad”, la gran psicosis. Usted solo no puede esquivarlo o derrotarlo. Mire a su alrededor y verá su marca en todas partes. El pecado complica lo que ya es complicado. La vida en un mundo caído es más ardua que como Dios la concibió, sin embargo nuestro pecado la hace peor. Lidiamos con mucho más que el sufrimiento, la enfermedad, la decepción y la muerte. Nuestro problema más profundo no es experiencial, biológico, o relacional, sino que es moral y lo altera todo. Este distorsiona nuestra identidad, altera nuestra perspectiva, descarrila nuestra conducta, y secuestra nuestra esperanza. Como Moisés notó al describir la cultura humana antes del diluvio, “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6: 5). Esto es lo que hace el pecado en nosotros. ¡Es la peor enfermedad!

Mi hijo

Nuestro primer hijo fue un bebé increíblemente activo. Pasó sus días agarrando, pegado, y subiendo sobre mi esposa Luella, como si ella fuera el mejor parque infantil. Luego, a los ocho meses y medio, este niñito dio sus primeros pasos. En poco tiempo se movía por nuestra casa a una velocidad asombrosa. Recuerdo que pensé que no parecía algo normal. No debía estar caminando, ¡pero lo hacía! Cuando un bebé comienza a caminar, necesita ser protegido de una serie de peligros en el hogar. Una forma de proteger a su hijo es ponerse de rodillas, mirarle a la cara, y advertirle sobre los peligros específicos. Usted lo lleva por toda la casa, y le señala las cosas que deben evitarse. Parecía una enorme pérdida de tiempo a su edad, pero seguí adelante y advertí a mi hijo acerca de los tomacorrientes en cada habitación. Yo le dije: “¡ No los toques, y nunca introduzcas nada en ellos. Podría matarte!” Él me miró con una mirada en blanco, mientras que un dedo jugueteaba con su camiseta y el otro iba por la mitad de su nariz. Le pregunté si entendía, él asintió con la cabeza de una forma poco convincente, y salió tambaleándose a su próxima aventura de párvulo. Estaba seguro de que no había logrado nada. Un par de días más tarde, yo estaba leyendo en la sala cuando por el rabillo del ojo vi a nuestro bebé que me miraba a escondidas. Me miró y luego a la pared, y luego a mí, repitiendo varias veces el ciclo. Cuando él pensó que yo estaba lo suficientemente distraído, salió disparado hacia el tomacorriente. Pero justo antes de que le diera el primer y emocionante toque, él hizo algo que me dejó sorprendido. Se detuvo, miró hacia atrás para ver si yo estaba mirando, y luego estiró su mano hacia el tomacorriente mientras yo saltaba en su ayuda.

Esa última mirada demostró que había comprendido mi conferencia para párvulos, que sabía que estaba actuando en contra de mi voluntad, que él estaba tratando de ocultar su rebelión, y que se sentía inexplicablemente atraído a lo que había sido claramente prohibido. Al menos tres de los elementos devastadores del pecado se muestran claramente en esta historieta.

Lo primero que el pecado produce es la rebelión. Esto es más que romper unas pocas reglas, es un defecto fundamental en mi carácter. No es algo que aprendo, nací con ello. Yo no tuve que enseñar a mi niño a desear lo que estaba prohibido, ni a buscar una oportunidad para eludir la autoridad, e intentar alcanzar el “fruto prohibido”. Yo hago lo mismo, y usted también. Ya se trate de parquear en la zona de no estacionamiento, esquivar el impuesto sobre la renta, huir de mamá en la tienda de juguetes, negarse a someterse a los consejos de un anciano, o satisfacer la lujuria secreta; la rebelión está presente en cada uno de nosotros. La rebelión es la tendencia innata a ceder ante las mentiras de autonomía, autosuficiencia y auto-enfoque. Trae como resultado una violación habitual de los límites dados por Dios.
La autonomía dice: “Tengo el derecho de hacer lo que quiero cuando quiera hacerlo.”
La autosuficiencia, dice: “Tengo todo lo que necesito en mí mismo, por lo que no necesito depender de nadie o someterme a nadie.”
El auto-enfoque dice, “Yo soy el centro de mi mundo. Está bien vivir para mí mismo y hacer sólo lo que me dé felicidad.” Estas son las mentiras del Jardín, las mismas mentiras que Satanás ha susurrado a oídos dispuestos de generación en generación. Estas niegan nuestra estructura básica como seres humanos. No fuimos creados para ser autónomos. Fuimos diseñados para estar en sumisión diaria a Dios y vivir para Su gloria. Vivir fuera de este diseño no va a funcionar. Este espíritu rebelde afecta la manera en que abordamos las dificultades y las bendiciones. La independencia, la autosuficiencia y el egoísmo nos llevan a pensar en nosotros primero y a saltar por encima de las cercas entre nosotros y nuestros deseos. Queremos el control y odiamos ser controlados. Queremos establecer las reglas y cambiarlas cada vez que nos convenga. En esencia, queremos ser Dios y gobernar nuestros mundos de acuerdo a nuestra propia voluntad. No importa en contra de qué más nos estamos rebelando, nuestra rebeldía, en última instancia, es dirigida hacia Dios. Nos negamos a reconocer Su autoridad, arrebatándole la gloria y usurpando Su derecho a gobernar.

El pecado también produce necedad en nosotros. La necedad cree que no hay ninguna perspectiva, visión, teoría, o “verdad” más fiable que la nuestra. Se cree la mentira de que sabemos más. Esto nos lleva a distorsionar la realidad y vivir en mundos creados por nosotros mismos. Es como si mirásemos la vida a través de un espejo curvo que distorsiona la imagen, convencidos de que podemos ver con claridad. Mi niñito había sido advertido del peligro, pero en su necedad pensó que sabía más.

La necedad controla al hombre que está cerrado al consejo de los demás y a la persona que ve poca necesidad de estudiar la Palabra de Dios. Esta necedad distorsiona nuestro sentido de identidad, destruye relaciones, retrasa el crecimiento y descarrila el cambio. La necedad nos convence de que estamos bien, y que nuestras decisiones rebeldes e irracionales son correctas y son lo mejor. La necedad es un rechazo de nuestra naturaleza básica como seres humanos. Nunca fuimos creados para ser nuestra propia fuente de sabiduría. Fuimos diseñados para ser receptores de la revelación, dependientes de las verdades que Dios nos enseña, y para aplicar esas verdades en nuestras vidas. Fuimos creados para basar nuestras interpretaciones, opciones, y comportamientos en Su sabiduría. Vivir fuera de esto nunca va a funcionar. Cuando David dice en el Salmo 14: 1, “Dice el necio en su corazón: No hay Dios “, llega al fundamento de la necedad. Nuestra necedad es un rechazo a Dios, un deseo innato para reemplazar la sabiduría de Dios por la nuestra. Detrás de todo esto, queremos ser nuestros propios dioses y revelarnos a nosotros mismos toda la “verdad” que necesitamos.

Por último, el pecado nos hace incapaces de hacer lo que Dios ha dispuesto que hagamos. Esta incapacidad matiza cada situación y relación de nuestras vidas. No es sólo que no quiera hacer la voluntad de Dios, o que yo crea que mi forma es mejor, es que incluso cuando tengo las intenciones correctas, no puedo llevarlas a cabo. Siempre quedo lejos de los estándares de Dios. ¿Se ha preparado usted alguna vez para una conversación difícil con un amigo? Usted ensaya sus palabras y anticipa las posibles respuestas de la otra persona. Intenta identificar dónde la conversación podría complicarse y se prepara para no decir algo de lo que se arrepentirá. Usted no quiere “estropearlo” en esta ocasión. Pero cuando se tiene la conversación, en medio de ella, algo sucede. La otra persona le hiere, los picos de temperatura emocional suben, y usted lo ataca con todo. ¡Después del incidente, usted no lo puedo creer! ¡Hizo exactamente lo que había decidido no hacer! El apóstol Pablo captura poderosamente esta experiencia en Romanos 7: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, esto hago”.

¿No ha pasado usted por esto también? Pablo continúa, “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios, pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”( vers. 19, 21-23). Pablo dice en efecto: “Aun cuando deseo someterme a la autoridad de Dios y escuchar Su sabiduría, ¡termino haciendo lo que está mal! ¡Fracaso a pesar de mis buenas intenciones!”. No es solo que somos rebeldes y tontos. El pecado nos hace moralmente cuadripléjicos. Somos intrínsecamente incapaces de hacer lo correcto.

¿Quién de nosotros podría decir que nuestra ira hacia nuestros amigos siempre ha sido justa?

¿Qué esposo podría decir que siempre ha amado a su esposa como Cristo amó a la iglesia?

¿Qué persona ama consistentemente a su prójimo como a sí mismo?

Fallamos en estas cosas, incluso cuando queremos hacer el bien, porque el pecado ha atrofiado nuestros músculos morales. Simplemente no podemos hacer el bien para el cual fuimos creados. Este es uno de los resultados más trágicos de la enfermedad más grave, el pecado. Como seres humanos, no podemos caminar por la vida por nuestra cuenta. Necesitamos rescate, sanidad y perdón.

En resumen, necesitamos a Dios. Necesitamos las buenas noticias, la noticia del Rey que ha venido para hacer que un cambio perdurable sea posible. Solamente esto es nuestra esperanza personal y la base de nuestro ministerio a los demás. La buena noticia del reino no es la ausencia de dificultades, sufrimientos y pérdidas. Es la noticia de un Redentor que ha venido a rescatarme de mí mismo. Su rescate produce cambios que, fundamentalmente, modifican mi respuesta a estas realidades ineludibles. El Redentor convierte rebeldes en discípulos, y necios en oyentes humildes. Hace que paralíticos caminen de nuevo. En Él podemos enfrentar la vida y responder con fe, amor y esperanza. Y a medida que Él nos cambia, nos permite ser parte de lo que está obrando en la vida de los demás. A medida que usted responde a la obra del Redentor en su vida, usted puede aprender a ser un instrumento en sus manos.